sábado, 17 de marzo de 2012

EN LA CABEZA NO ME DES, QUE TENGO QUE ESTUDIAR


No es por darme importancia, pero, a lo largo de mi vida, me he metido en un montón de historias absurdas sin saber muy bien porqué. Una de ellas fue empezar a practicar judo estando ya crecidita (con poco más de 20 años).
Yo era entonces una despreocupada y atractiva joven (igual que ahora) dispuesta a comerme el mundo, siempre que no requiriese mucho esfuerzo.


Paseaba una tarde de primavera con mi amiga Fer, que es famosa por convencerte para hacer cualquier cosa que se le ocurriera... (menos mal que nunca le ha dado por fundar una secta), cuando vimos que había un gimnasio que nos pillaba bastante cerca de casa de las dos, donde se impartían clases de judo.


Tras discutir el tema durante unos dos minutos, decidimos apuntarnos, con la ilusión de quien se lanza a una aventura. El primer día de clase nos preguntó el dueño del gimnasio, que también era el profe o maestro de judo, si estábamos en forma. Le contestamos, con el arrojo y la inconsciencia de la juventud, que claro que sí. Nos creíamos unas auténticas atletas, unas supermujeres, quizás el clímax de la raza humana como especie. “Entonces, os podemos dar caña”, comentó el aprendiz de señor Miyagi.


Después de una hora de judo no servíamos ni para escuchar la radio. Fer terminó tirada en la acera de la calle, frente al gimnasio y sin la parte de arriba del kimono balbuceando “Hospital…hos-pi-tal” y yo perdí el conocimiento por el esfuerzo y me caí redonda en la puerta con la cara color blanco pálido tono True Blood y sufriendo alguna convulsión y todo, no es por presumir.


¿Por qué volvimos a la siguiente clase después de aquello? Eso sí que es un misterio y no el Triángulo de las Bermudas. El caso es que estuvimos apuntadas unos tres años al gimnasio y al final le cogimos el punto al noble deporte del judo.


La mayoría de las veces nos daban hostias hasta en el DNI pero, como solíamos repetirnos, “que te peguen relaja mucho”.  Casi todos los que estaban allí eran cinturón negro nosecuanto dan, tenían menos luces que la bombilla de una cuadra pero no eran malos tíos. No daban para más.


A Fer y a mí nos tenían por una especie de superdotadas porque estábamos estudiando una carrera y, como además no nos prohibían la entrada en ningún sitio por tener malas pintas, nos consideraban una especie de consultoras estético-intelectuales.


Nos referíamos cariñosamente al gimnasio como “La Bohème Cafè” y al final terminamos hasta cogiéndoles cariño a esos tipos. Uno de ellos, al que llamábamos El Legionario, apareció un día en el gimnasio con su hermano, que era ciego.


Al Legionario le pusimos ese mote porque tenía un tatuaje de La legión que le cubría toda la espalda y que daba bastante miedito. Lo más fuerte de todo es que el tipo sólo estuvo dos meses en el Tercio...porque lo echaron!! Qué hay que hacer para que te echen de un sitio así nunca quisimos saberlo.


Bueno, pues, como iba contando, ese tipo vino a la clase con su hermano ciego, cogidito del brazo y perfectamente ataviado con su kimono y su cinturón negro y todo. Se decidió que el ciego tenía que combatir conmigo.


A una persona como yo, la idea de tener que pegarle a un ciego, que además no te ha hecho nada, no le motiva mucho, la verdad. Me daba mucha penita el pobre, con esa carita angelical, ese aspecto tan frágil y esa sonrisilla tímida. Pero él insistió en medir nuestras fuerzas.


Total, que nos dirigimos al tatami y le di la mano. El tipo, moviendo la cabeza hacia los lados a lo Stevie Wonder, me tocó la cabeza para saber lo alta que era y dio varios pasos en todas direcciones palpando las paredes para hacerse una imagen mental de la forma y dimensiones del tatami.


Empezó la pelea. Yo todavía estaba pensando aquello de “Qué mal rollo tener que pegarle a un ciego, pobrecillo… Con bastantes dificultades tiene que enfrentarse en la vida”, cuando el tipo, después de dar dos pasos en diagonal hacia mí, me agarró la manga del kimono con fuerza. Retrocedí un poco para cubrirme y tratar de soltarme cuando el muy cabrón se deslizó como una anguila y me hizo una catapulta abriéndose de piernas 180º a lo Van Damme. Viendo los primeros segundos de este vídeo os podéis hacer una idea de la que me dio:




http://www.youtube.com/watch?v=My2AXSswE6Q&feature=player_embedded


A ese movimiento se le llama Uchi – Mata. Lo mío fue similar, pero con alguna sutil diferencia como:


- El tipo que talega en el vídeo está en una competición, concentrado y preparado para caer. Yo estaba como el que hace cola en el Mercadona. La hostia fue de libro.
- El judoka que tira al otro no forma un ángulo de 180º con sus piernas. El ciego psicópata tenía más elasticidad que Tracy Lords en sus buenos tiempos y, literalmente, me catapultó.
- En el vídeo, los dos caen juntos y ruedan para amortiguar el golpe. Yo caí a dos metros del ciego y además de espaldas, a plomo.


Todavía doy gracias porque en aquel entonces el uso de móviles que grababan vídeos no era algo generalizado.


Me puse de pie como pude, me dolían hasta las pestañas, y decidí que era o el ciego o yo. Tenía que sobrevivir como fuera a aquello. Me decidí por un ataque por la izquierda y me respondió con una contra que casi me hace perder el equilibrio.


Descubrí entonces que se guiaba por el sonido y lo vi claro. Pegué un pisotón fuerte por la izquierda, deslicé el pie a la derecha y lo ataqué por allí. El ciego mordió el polvo. Me había apuntando un tanto, el único del combate.


El siguiente asalto lo ejecuté igual, con la técnica del amago sonoro… Vale, ya sé que no suena muy ético, es un truco sucio, pero qué queréis, sentía como si me hubieran abierto la espalda en dos y la sonrisa del ciego, que en un principio me había parecido tímida, ahora la encontraba sádica. Me daba miedo el judoka invidente, era una auténtica máquina de matar.


Total, que hice lo mismo que antes: ruido por un lado y ataque por el contrario y me respondió con un movimiento que fue para darle un diploma olímpico como mínimo. Decir que comí suelo es quedarme corta. No os pongo un vídeo con lo que me hizo porque no fui nunca capaz de saber cómo se llamaba la maña. El caso es que talegué, pero bien, por un momento pensé que me había roto la nariz. Me ayudó a levantarme del suelo y me dijo: “Una vez me has engañado. Soy ciego, pero no gilipollas”.




Decir que los tertulianos de “La Bohème Cafè” estaban entusiasmados con la somanta de hostias que me estaba llevando es quedarse corto. Entonces comenzó el combate en el suelo. La historia consiste en que los dos judokas se ponen de rodillas y tratan, o bien de poner la espalda del contrario contra el suelo e inmovilizarlo, o de hacer que se rinda mediante estrangulaciones, luxaciones, etc.


Bueno, podemos resumir el resultado de aquello afirmando que, menos tender un lazo a mi virtud, el ciego me hizo de todo. El tipo llegó a estrangularme con el empeine del pie izquierdo mientras me retorcía el brazo. Un puto crack el tío.


Cuando todo acabó, tengo un recuerdo difuso de ese momento, me acerqué al Legionario y le dije: “Joder con tu hermano, solo le ha faltado ponerme unas banderillas”, me contestó orgulloso: “Es que es el actual campeón del mundo en su categoría”. Campeón del mundo… su puta madre. 


El ciego era cinturón negro, tercer dan. Yo, cinturón verde, Georgie Dann.


Llegué a casa magullada, andando despacito por el dolor que sentía en todas las articulaciones y con los nudillos sangrando de amortiguar los golpes contra el tatami. Le conté a mi hermano Juanfra la movida tal como yo la había vivido, como un drama de proporciones épicas. Cuarenta y cinco minutos se estuvo riendo.


Me tumbé en la cama, tras una ducha de media hora, resignada a morir de las lesiones internas que sin duda sufría, cuando sonó el teléfono. Era mi novio de aquel entonces, que tenía la agradable costumbre de llevarse horas hablando de su trabajo cuando me llamaba: 


- Y entonces el de recursos humanos me puentea  y le va con el cuento al responsable de… Cariño,  ¿qué te pasa que estás tan callada?
- Eh… nada…un ciego que….
-¿Un ciego? ¿Otra vez te has ido de cervezas con las chicas entre semana?
- Sí, esto es lo que hay (No tenía ganas de volver a contar la historia otra vez).






Nota: Esta te la debía Fer... asi que ya no me toques las naricillas xdd

martes, 6 de marzo de 2012

Mi país?


Mi país me necesita, con la boca grande y el orgullo patriótico. Mi país que se justifica y mira para otro lado cuando yo lo necesito a él. 


Mi país… Debes querer la tierra sobre la que la suerte te nace...debes sacrificarte por ella... sentir una especie de color en el corazón... un himno en el alma... y mi estómago pasando hambre tiene que callarse.

No soy de aquí... ni pertenezco a sus calles. Recorro espacios y mis amigos son viento... volátiles que siempre regresan... y por los que suicido ideales si se están muriendo. 


No soy de aquí ni de sus leyes. Me guía el corazón y la razón... cosas que no pertenecen a un pueblo.

De la patria son las cárceles del estado... los que la exprimen y ordenan al resto... la cultura oficial que prefiere dinero, estatus, poder, tranquilidad… la gente se duele y les prohíben sanidad... la gente se queja y borran las clases, los maestros, las palabras que los puedan enardecer. 


Todo está mal... tu país te necesita... quieren volver a ser la mierda que era. Piden complicidad para que no busquemos relaciones entre personas independientes. 


Somos lo que quieren y nos dejamos hacer para no tener que construir nuestras realidades y mantenerlas con el calor de la ilusión… somos como ellos mientras no hagamos nada.