Hacía
frío en las habitaciones abandonadas. Se acumulaban los rincones
tristes... llenos de polvo y soledad.
Los edificios se habían vuelto
económicamente inhabitables... mientras las calles eran improvisados
hoteles para un inhumano tanto por ciento de la ciudad.
Las hipotecas,
contratos temporales sin derecho a renovación, habían diezmado la
población de zombies solventes y la pobreza se reagrupaba para darse
calor en los llamados guetos malolientes.
Los que
cuentan, el escaso número de privilegiados... rehuían los espacios
comunes. Temerosos de las mismas desgracias invertían todo su capital en
templos elitistas donde operaban sus ojos para dejarlos ciegos e
insensibles.
Todos
los que no habían tenido que caer... los que siempre habían vivido la
miseria y los restos del capital abrazaban a los recién llegados... les
enseñaban.
Un nuevo sindicalismo... ajeno al trabajo... cercano al ser
humano, empezó a hacer mella entre los que más necesitaban.
Cuando por
fin decidieron ser tan fuertes como siempre lo habían sido quemaron las
estrellas que les cobijaban... no querían tener donde regresar... necesitaban huir hacía delante.
A su
paso las habitaciones se iban descongelando y el fuego iluminaba a los
invidentes. Empezaron a repartirse el mundo... a vivir del esfuerzo... y no
de la especulación de unos pocos.